
El obrero consumista es un tipo callado en el trabajo. Saluda amable al supervisor y es colaborador cuando de hacer sobretiempo se trata. Tiene una fé ciega en la economía, pero contradictoriamente es temeroso ante cualquier rumor de bancarrota. El joven (o no tanto) no levanta la cabeza para mirar a sus compañeros de trabajo. Se irrita cuando se ponen a hablar y vaguean durante la jornada laboral. Estos mismos hace rato que aprendieron a devolver la cortesía con la etiqueta de forro; de vez en cuando publican sus ideas en las puertas de los baños. Allí describen las preferencias (muchas veces sexuales) del obrero-consumista, de su hermana e inclusive de su madre.
Pero el obrero consumista hace rato que resigno el cariño de sus
compañeros de trabajo y espera sin culpa el día de pago. Sonríe al
mirar el recibo contento de que la liquidación no se haya olvidado de
alguna que otra hora extra.
Está satisfecho pese a la gran parte que se ha ido en concepto de
“retenciones”. Esta palabra volvió iracunda a los oligarcas del campo
pero a él poco lo aquejan. Es parte de su normalidad que una parte de
su salario se esfume hacia un sindicato al cual no apela, una obra
social vaciada y una jubilación que ve muy lejana. Para colmo, después de trabajar algún feriado el operario nota que la Afip instantáneamente se ha aprovechado de su sacrificio. Este hachazo llamado impuesto a las ganancias lo magulla pero lastima. Al rato ya esta diciéndose “que va´ser”, “para ganar hay que perder” o cualquier otra zoncera que justifique su conformismo.
Luego del trabajo el obrero consumista vuelve al ruedo. Entra
al rapipago a pagar las cuentas con el dinero del rapicred. En el
camino una vidriera le magnetiza la mirada. La nueva super prenda
luciendo agigantadamente el escudo de su marca. Andar sin plata es un problema pero sin tarjeta una desgracia. El quía revolea la Visa con su dni sore el mostrador, cierra los ojos y fantasea con lucir un nuevo lienzo.
Mal que le pese la nueva prenda tiene el mismo origen que todos
los productos del rubro textil. Las costuras son de las mismas manos
que suturan las berretadas de la Salada u Once. Confeccionadas en
sótanos donde los talleres clandestinos esclavizan la mano de obra.
Esta ultima es “olvidada” en los tejes y manejes de la distribución de
la riqueza. Termina rezagada al fondo de la sociedad. El ninguneo de
los medios – que prefieren por supuesto al obrero consumista – es tan fuerte que solo logran salir en el noticiero cuando reciben un disparo, ocupan un baldío o simplemente incendian el tren que los dejo varados.
Pero el obrero-consumista esta muy ocupado como para mirar a los
ojos a su familiar desgraciado. Abandona las cajas del comercio
ignorando que ha sido victima de un nuevo asalto llamado IVA. Así como
si nada el 21 % (monto que fijó De La Rua y jamás lo tocaron los K) se
esfuma entremedio de la transacción. De alguna manera ese impuesto se
junta con todas las demás vejaciones para llegar a los baúles de la
sede de gobierno.
El obrero-consumista ignora (o se hace el pelotudo) que en cada
comercio que frecuenta se comete un fraude laboral. El dueño del
comercio ejemplificado se da rápidamente la mano con su pares
empresarios. Se felicitan mutuamente por su contabilidad creativa que
les permite ser siendo evasores. Intercambian consejos sobre practicas
anti sindicales y sueñan con que todo sus empleados sean igual de
mansos y chupamedias que el tipo de obrero en cuestión.
Pero el día se va muriendo y el obrero-consumista llega
finalmente a su hogar. Le responde un mensaje de texto a su madre,
corto como un telegrama y con la seriedad de una carta documento.
Saluda a su esposa que lleva el perfume del cartel que, para su
tristeza, no la transformo en la modelo del mismo. La llevará a
pasear el sábado en su auto cero km. Para su desdicha el automóvil,
que supuestamente le ahorraría horas malgastadas en el transporte
público, fue tan costoso que por un buen tiempo va a tener que estar
encerrado haciendo horas extras.
Así y todo, nuestro personaje intenta hasta donde puede
disfrutar los domingo. Se despide del fin de semana diciéndose a si
mismo que mañana hay que volver al trabajo, si es posible, fresco y
sonriente.
Con este breve artículo no queremos señalar un camino opuesto,
pero imposible, al consumismo. Es decir, esa idea de liberarse de todo
y terminar naufrago en alguna isla del Tigre. Eso seria un absurdo,
aun soportando la vida prehistórica y ser la cena de un insaciable
enjambre de mosquitos, volveríamos a las corridas ante la primer enfermedad grave.
Pero sí queríamos bardear un poco a los mas patronales que ni
bien abandonan la pasividad se vuelven carneros activos. A todos ellos
le deseamos buena suerte cuando tengan que cruzar el piquete y dejamos
por ultimo una simpática advertencia para todos los que – sin
convertirse en un obrero con cabeza empresaria – de vez en cuando
tienen algún que otro arranque. Esperamos espantarlos e invitarlos a
lo opuesto, es decir, a ser obreros con conciencia de clase.
Rampante