17 ene 2013

Que los hay, los hay... Relato de un hecho verídico con pretensiones de literatura

(Aclaración: los diálogos son textuales)

El martes a la mañana me tome el 50 en caseros para ir a buscar mi dni al centro. Iba chateando con una compañera para ultimar algunas cuestiones antes de irnos de vacaciones, mientras me molestaba la música del altavoz del celular de unos pibes que venian cerca mio. Me molestaba, pero no tanto como para pedirle que la bajen. Una señora le pidió que lo apaguen y los pibes apenas lo bajaron.
En eso pasamos frente a la 32. Automáticamente un tipo del fondo empieza a chiflar y a gritarle al chofer que pare el colectivo. Frenamos. El tipo este pela una chapa, se asoma por la puerta trasera y le pide a los vigilantes que estaban en la puerta de la taquería que vengan al colectivo.
No sabíamos que pasaba. Lo encaro al ortiva este para saber que onda, porqué había hecho frenar el colectivo. Era un rati de civil. Con una camiseta de racing que a duras penas podía contener su panza de no hacer nada, me balbuceó mientras escupía saliva con gusto a botas de comisario: “estos maleducados que cuando la señora le pidió que apaguen la música no le hicieron caso, ahora se lo van a tener que explicar a la policía”. Asi fue que los tres pibes se enteraron del gravísimo delito que habían cometido.
Pero para esto ya tenían a cuatro cobanis encima... Se generó el siguiente diálogo:
- Ya está amigo, ya entendimos, lo apagamos, todo bien
- No, porque cuando la señora les pidió, no le dieron bola. Ahora se lo van a explicar a la policía, bájense
- Pero estamos yendo a una obra porque conseguimos un laburo pero tenemos que llegar ahora…
- Bajense!
- ¿pero vamos a llegar a tiempo?
- sisi… quédense tranquilos
Intentamos con una señora que no los bajen, convencer (ilusamente) a los ratis de que los dejen seguir, que ya habían entendido, que no era para tanto. Pero no hubo caso… Claro, la piel de los pibes era del color que en la tele sólo sale en la sección policiales. Dos de ellos tenían una camiseta de Chicago, y dos de ellos usaban gorrita con visera. Y para colmo iban escuchando cumbia. O sea, era el identikit de delincuente construido por los Feinmann, los Baby Etchetcopar, los Ruckauf, los De la Sota, los Berni… Y los bajaron.
Que la yuta se comporte de esa manera no me sorprende. Son el perro guardían de los poderosos y de sus alcahuetes. De los amos y de los esclavos que ven con ojos de amo, como dijera Carlitos Marx. Por más que reformistas y centristas variopintos intenten convencernos “tácticamente” de que se pueden reformar, son y seguirán siendo el brazo armado del capital hasta que los derrotemos y disolvamos. Pero lo que sí me sorprendió fue que cuando el bondi cerró sus puertas y arrancó nuevamente, más de la mitad de los pasajeros empezó a aplaudir.
Desde las entrañas mismas, y casi a coro con una señora que debe haber sentido lo mismo gritamos “¡¿Qué mierda aplauden?!”. Una Barbie que estaba sentada al lado mío me contesta: “que arrancó el colectivo”. Claro, era como si su vida de carrozas y príncipes azules se convirtiese nuevamente en calabaza si no llegaba a tiempo a donde cornos sea que vaya. Lo que ocurra más allá de su mundo de plásticas fantasías no importaba. No me dio ni para contestarle…
Y después saltó una sexagenaria de naríz puntuda… Uno a veces se autoengaña y piensa que fachos tan prototípicos – casi un tipo ideal weberiano – sólo existen en la tele. Incluso a veces uno no le cree a Feinmann y piensa que es un personaje, porque no se puede ser tan tan tan fascista. Pero no… que los hay, los hay. Para desgracia de muchos y saciedad de pocos.
Esta señora arrancó: “que se los lleve la policía, y que los metan presos, a ver si aprenden”. Intentamos dialogar: “señora, no era para tanto, lo podíamos arreglar entre nosotros, no era necesario llamar a la policía”. Pero era imposible… de toque retrucó “si no quieren cumplir con la ley que se vuelvan a su país”. Y ahí la terminó de pudrir. Contestamos, con la vieja copada que tenía como entripada aliada: que no se puede ser tan vigilante, que ni siquiera buscar laburo los dejan, que la policía es la organización criminal más grande de la argentina, que por más delito que sea con la policía nunca, que a los que se roban el país los custodian y que por ser morocho y escuchar música te detienen. La copetuda contestó “Ojalá la policía hiciera cumplir con la ley, porque hoy en día cualquier negro te molesta con su música, te roba o te corta una calle”. Y con eso ya se ganó la medalla “Opus dei de (gonzalez) oro”.
Para finalizar la completó con un “lo único que falta es que a los 60 años me quieran cambiar mi estructura de pensamiento”. Mientras yo pensaba como responder a semejante exponente de la derecha cuadrada sin recurrir a insultos, la otra señora le espetó un “pero por qué no te vas a peinar tu caniche y te comprás un marido”. Yo sonreí socarronamente.
En eso meti la mano en la riñonera, para darme cuenta que me había olvidado uno de los papeles para retirar el DNI. Me levanté del asiento, me dirijí al lugar de la señora copada, le di la mano y me despedí diciéndole “ojala que USTED tenga un buen día”. Me bajé del bondi para volver a mi casa a buscar ese maldito papel.
Mientras caminaba pateando cascotes por caseros iba tratando de elevarme sobre esa situación, para dejar de comportarme o embroncarme como si no entendiera el concepto gramsciano de “folklore”. Del primero que me acordé fue de aquél bello Prudhon que Trotsky citara en la parte final de su intento autobiográfico. Aquel Prudhon que escribiera “¿cómo, pues, puede usted pretender que me lamente de mi suerte, que me queje de los hombres y los maldiga? ¿La suerte? Me río de ella. Y en cuanto a los hombres, son demasiado necios y están demasiado envilecidos, para que yo pueda reprocharles nada”. Pero esto hablaba de la humanidad. Necesitaba algo más concreto. Y ahí me acorde del “patas arriba“ de Galeano, la parte que dice “La clase media sigue viviendo en estado de impostura, fingiendo que cumple las leyes y que cree en ellas, y simulando tener más de lo que tiene; pero nunca le ha resultado tan difícil cumplir con esta abnegada tradición. Está la clase media asfixiada por las deudas y paralizada por el pánico, y en el pánico cría a sus hijos. Pánico de vivir, pánico de caer: pánico de perder el trabajo, el auto, la casa, las cosas, pánico de no llegar a tener lo que se debe tener para llegar a ser. En el clamor colectivo por la seguridad pública, amenazada por los monstruos del delito que acecha, la clase media es la que más alto grita. Defiende el orden como si fuera su propietaria, aunque no es más que una inquilina agobiada por el precio del alquiler y la amenaza del desalojo.” ¿Para qué agregar más?



MURALLA